sábado, 27 de julio de 2013

Cantar y cantar

Era una mañana fresca pero luminosa, todos los árboles florecían como recién nacidos despertando con las primeras luces del alba. Me asomé a la orilla y contemplé como la tierra y el mar despertaban, la noche de embrujo quedaba en el recuerdo como un precioso sueño, un nuevo amanecer daba paso a miles de nuevas experiencias pendientes de ser vividas, disfrutadas y recordadas.
Comenzaba esta nueva andadura, la noche anterior algo se había roto en mí, mi timidez había llegado a su fin y había descubierto que lo que durante años llevaba encerrado en mi corazón era algo tan grande que más bien había estado protegido para sacarlo a relucir cuando el mundo estuviese preparado para verlo.
Hacía varias semanas que partimos de vuelta de lo que creímos iba a ser la salvación a nuestras vidas, esa aventura en la que nos sumergimos, buscando el sueño de una vida de riquezas por tierras germanas no había llegado a buen puerto, fuimos engañados, explotados y robados, para finalmente tener que huir para no ser detenidos por habernos convertido en maleantes.
Andamos durante semanas, escondidos por los bosques, evitando los caminos transitados, aguantando frío y lluvias por el norte, calores extremos en el centro, sentir que se te va la vida, que te falta el aire, todo con el único deseo de volver a casa, pobres pero en nuestra tierra, que es mejor que ser ricos.
Pasando Córdoba ya el humor iba cambiando, los olores, el clima, sus gentes, ya no debíamos escondernos, no éramos perseguidos aquí, no nos miraban como a delincuentes, nos trataban como hermanos, como tratamos a la gente en el sur, como nos tratamos entre nosotros, como deben tratarse las personas sean del origen que sean, del color que sean y tenga más o menos dinero, somos todos hijos de la tierra y en la tierra acabaremos.
El olor a mar ya se sentía, la humedad acariciaba nuestra piel, curaba nuestras heridas y alegraba nuestros corazones, pusimos rumbo a nuestro pequeño paraíso junto a un faro, zona de sueños, de amores y de magia.
Ya vislumbramos el mar, algunos corrimos aunque quedaran un par de kilómetros, no importaba, era imposible permanecer impertérrito ante esa majestuosidad, el mar lo bañaba todo, África se podía ver en el horizonte, el faro nos guiñaba el ojo para que apremiásemos nuestro paso.
Por fin llegamos, pisamos la suave arena blanca de la playa que nos acariciaba los pies como besándolos, las olas del mar aplaudían contra las rocas como festejando nuestra llegada, el viento mandaba rachas para abrazarnos, todos reímos, lloramos, nos tiramos en la arena, nos bañamos en el mar, agradecimos a la madre tierra que nos recibiese y nos diese otra oportunidad.
El sol se despidió y dejó paso para que la luna también viniera a recibirnos, su cara guapa nos ilumino más fuerte que nunca, encendimos una hoguera y comenzaron los bailes, unas maderas sirvieron de tambores, sonaban las palmas y algunos cantes comenzaban a alegrar la noche.
El cansancio comenzó a hacer mella en nuestros cuerpos y se entonaron los primeros cantes de tristeza, los que servían para expresar y desahogar todo lo que teníamos dentro. De repente algo en mi interior sintió que tenía que salir, notaba como un impulso de gritar algo, mi voz se templó y surgió de mi garganta un cante que hasta a mí me sorprendió. Una seguirilla que bien podía haber sido cantada por un ángel, pronto empezaron a brotar lágrimas de todos los allí congregados, algo mágico estaba ocurriendo, la luna y las estrellas quedaron embrujadas por esa voz rota de dolor pero mejor afinada que cualquier instrumento, sentía como mi abuela estaba conmigo cantando y sonriendo mientras me pedía “canta la del pajarillo”, en ese momento la tierra y el cielo eran uno, “claro que te la canto abuela, como tú me enseñaste”.

Se fueron sucediendo cantes y fui turnándome con más amigos, una caja dentro de mí se había abierto y me sentía como renacer. Nunca podré dejar de cantar desde esa noche porque es mi forma de reír y de llorar.   

lunes, 1 de julio de 2013

Cuidado con los que sueñas, se podría cumplir

Sintió despertar, notaba una suave brisa acariciando su bello rostro, las sábanas que la envolvían asemejaban a las sedas más selectas que podía imaginar, su cama la noto como con más espacio, decidió aprovecharlo y comenzó poco a poco a estirar su precioso cuerpo, a medida que todo su ser iba volviendo a la vida después de un placentero descanso notaba que eso que le parecían sensaciones de adormilada no lo eran tanto, comprobó que su cama era realmente mucho más grande, que sus sábanas eran, como le parecieron, de verdadera seda china, abrió los ojos y su dormitorio estaba cubierto de los lujos más extravagantes que nunca pudo imaginar, marcos dorados con hermosos cuadros, muebles de las más distinguidas maderas y con los diseños de la corte más lujosa que pudiese imaginar, el tamaño de su habitación era como de una casa entera, todos los detalles de ese cuarto eran como de cuento de hadas, espejos enormes, sillas, sillones, mesas, armarios, un cuarto de baño como el de la reina. De repente en uno de los rincones de esa inmensa habitación descubrió la salida a un balcón, unas cortinas de fina tela blanca bailaban al son de las suaves brisas de la mañana, al otro lado algo que le parecía increíble, bellos jardines con los mayores cuidados imaginados cubrían hasta donde su vista podía alcanzar, todo acompañado de exóticas aves, caballos de las mejores razas y más puras existentes, un ingente de personal que trabajaba sonriente y en paz para que todo fuese perfecto.
Notó algo a su espalda, una señora de mediana edad entraba por la puerta con una bandeja repleta de maravillosos manjares, todo lo que a ella más le encantaba impregnaba esa bandeja y los olores llenaron rápidamente toda la estancia. Comenzó a hablarle como si la conociese de toda la vida, mientras colocaba su desayuno en una de las extravagantes mesas que completaban esa estancia. Una vez acabada esa tarea, la señora invitó a la joven a sentarse en la única silla que coronaba la mesa. ¿Era para ella? Todo parecía indicar que sí.
Comenzó a sacarle unas ropas que sin duda eran de otro siglo, trajes largos con mil complementos. Parecía que se debía poner todo aquello, por un momento le dio algo de pereza, disfrazarse así y más a esas horas de la mañana, pero pronto pensó -¿por qué no? Podía ser divertido-.
No creía todo aquello, se dejaba guiar por los acontecimientos pero con la certeza absoluta de que era un sueño aun.
De repente escuchó el sonido de las campanas, se preguntó que qué hora sería, mientras su dama de compañía le indicaba sus pasos hacia cualquiera sabe qué otra sorpresa. Miró uno de los cientos de relojes que adornaban los pasillos, su cuerpo se estremeció al ver que pasaban las once de la mañana, debía haber entrado a trabajar a las siete, iba a perder su trabajo y no podía permitírselo pero ¿cómo volvía? Sin duda estaba muy lejos de su casa, o por lo menos de su antigua casa, no, antigua no, era su única casa, no sabía aun qué hacía allí, ya todo comenzó a parecerle algo más siniestro, no había sido capaz de encontrar aun a ningún rostro conocido. Intentó tranquilizarse e imaginó que en el lugar al que la dirigían ahora había alguien de su entorno. Preguntó si podía ver a su familia, a lo que la señora le contestó que en la comida se encontraría con todos ellos, que ahora iría a montar a caballo como cada mañana.
Se relajó al saber que los vería a todos en el almuerzo y sintió una bocanada de entusiasmo cuando escuchó que iba a montar a caballo. Era su sueño, poder tener caballos y montarlos cada día.
Ya venía de vuelta, no podía creer que aquel castillo que veía agrandarse por momento que seguía cabalgando fuese suyo, parecía que todo aquello con lo que siempre había fantaseado con las amigas se había hecho realidad de la noche a la mañana. Un palacio de cuento, unas cuadras llenas de los mejores caballos que existían, todos los lujos que pudiese imaginar, todo lo que pidiese, todo lo que desease lo tenía a su alcance.
Fue a cambiarse la ropa de montar y encontró preparado otro maravilloso vestido para ponerse, todo le parecía mentira, no podía quitar la sonrisa de su rostro al contemplar tanto lujo y tantas maravillas.
Sin embargo algo aun le faltaba, no había podido conversar con nadie conocido, solo había cruzado palabra con la dama de compañía, la cual se presentó con ese nombre y no consintió ningún otro. Echaba en falta a su familia y amigos, que impregnaban su día a día con mil historias, problemas y gritos. Pero en seguida recordó que los vería en unos minutos en el almuerzo.
Cuando bajó ya olía a sus comidas preferidas, todas variadas pero a la vez servidas en la misma mesa, daba la sensación que me estaban agasajando por algo especial, sin embargo todo el personal del servicio parecía hacer aquello cada día, eran movimientos mecánicos y ni un gesto de complicidad o sorpresa asomaba por sus rostros.
Al llegar a la mesa encontró a parte de su familia, un par de tíos, su abuelo y una vecina callada con la que tenía buena relación pero distante. No entendía aquello, no era su familia más cercana, ninguno de ellos vivía cerca de ella y la relación con ellos era más bien cordial por lazos de sangre.
Les saludó muy efusiva, fingiendo la desilusión que había sentido, pero pronto imaginó que se encontraría el resto en otra estancia y le darían la sorpresa en cualquier momento, sin embargo el almuerzo comenzó y no se vislumbró en ningún momento el menor indicio de que fuese a venir nadie.
Pasaron al té y así fueron sucediendo los demás acontecimientos que tenían previsto para ese día, nada fuera de lo común en un cuento de reinas, recepción con gente desconocida y aburrida, paseos por los jardines, aseo y cambio de vestido, cena, pequeño baile y a dormir.
Todo había surgido cual sueño de cualquier joven, sin embargo su alma no estaba feliz, al contrario de lo que siempre había creído, que con esas cosas sería la mujer más dichosa de la tierra.
Al despertar al día siguiente intentó estirarse como la mañana anterior y cuál fue su sorpresa cuando su brazo chocó con algo, era su hermano pequeño que había invadido su cama, abrió los ojos con sorpresa y escrutó rápidamente la estancia, era su cuarto de siempre, miró rápida al pequeño y allí estaba con su cara angelical que engañaba a todo el que no lo conociese ya que era muy travieso. Buscó el balcón con vistas paradisiacas y solo encontró la pequeña ventana de siempre que daba al patio interior por donde salían los olores de las cocinas de sus vecinas. Reaccionó como nunca había imaginado, salió corriendo de su habitación en busca del resto de sus hermanos y hermanas y todos estaban dormidos, los besó uno a uno haciéndolos despertar y soltar algún que otro improperio, corrió también a buscar a sus padres a los cuales besó con gran ímpetu y volvió a su dormitorio a vestirse mientras lanzaba besos a su pequeño hermano que luchaba por escapar de esos efusivos gestos de cariño.
La joven enseguida comprendió la realidad de las palabras que Calderón puso en boca de Segismundo cuando dijo:
¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿Qué es la vida? Una ilusión,
Una sombra, una ficción
Y el mayor bien es pequeño
Que toda la vida es sueño

Y los sueños, sueños son.