Sintió despertar, notaba una suave brisa acariciando su
bello rostro, las sábanas que la envolvían asemejaban a las sedas más selectas
que podía imaginar, su cama la noto como con más espacio, decidió aprovecharlo
y comenzó poco a poco a estirar su precioso cuerpo, a medida que todo su ser
iba volviendo a la vida después de un placentero descanso notaba que eso que le
parecían sensaciones de adormilada no lo eran tanto, comprobó que su cama era
realmente mucho más grande, que sus sábanas eran, como le parecieron, de
verdadera seda china, abrió los ojos y su dormitorio estaba cubierto de los
lujos más extravagantes que nunca pudo imaginar, marcos dorados con hermosos
cuadros, muebles de las más distinguidas maderas y con los diseños de la corte
más lujosa que pudiese imaginar, el tamaño de su habitación era como de una
casa entera, todos los detalles de ese cuarto eran como de cuento de hadas,
espejos enormes, sillas, sillones, mesas, armarios, un cuarto de baño como el
de la reina. De repente en uno de los rincones de esa inmensa habitación
descubrió la salida a un balcón, unas cortinas de fina tela blanca bailaban al
son de las suaves brisas de la mañana, al otro lado algo que le parecía increíble,
bellos jardines con los mayores cuidados imaginados cubrían hasta donde su
vista podía alcanzar, todo acompañado de exóticas aves, caballos de las mejores
razas y más puras existentes, un ingente de personal que trabajaba sonriente y
en paz para que todo fuese perfecto.
Notó algo a su espalda, una señora de mediana edad entraba
por la puerta con una bandeja repleta de maravillosos manjares, todo lo que a
ella más le encantaba impregnaba esa bandeja y los olores llenaron rápidamente
toda la estancia. Comenzó a hablarle como si la conociese de toda la vida,
mientras colocaba su desayuno en una de las extravagantes mesas que completaban
esa estancia. Una vez acabada esa tarea, la señora invitó a la joven a sentarse
en la única silla que coronaba la mesa. ¿Era para ella? Todo parecía indicar
que sí.
Comenzó a sacarle unas ropas que sin duda eran de otro
siglo, trajes largos con mil complementos. Parecía que se debía poner todo aquello,
por un momento le dio algo de pereza, disfrazarse así y más a esas horas de la
mañana, pero pronto pensó -¿por qué no? Podía ser divertido-.
No creía todo aquello, se dejaba guiar por los
acontecimientos pero con la certeza absoluta de que era un sueño aun.
De repente escuchó el sonido de las campanas, se preguntó
que qué hora sería, mientras su dama de compañía le indicaba sus pasos hacia cualquiera
sabe qué otra sorpresa. Miró uno de los cientos de relojes que adornaban los
pasillos, su cuerpo se estremeció al ver que pasaban las once de la mañana, debía
haber entrado a trabajar a las siete, iba a perder su trabajo y no podía
permitírselo pero ¿cómo volvía? Sin duda estaba muy lejos de su casa, o por lo
menos de su antigua casa, no, antigua no, era su única casa, no sabía aun qué
hacía allí, ya todo comenzó a parecerle algo más siniestro, no había sido capaz
de encontrar aun a ningún rostro conocido. Intentó tranquilizarse e imaginó que
en el lugar al que la dirigían ahora había alguien de su entorno. Preguntó si
podía ver a su familia, a lo que la señora le contestó que en la comida se
encontraría con todos ellos, que ahora iría a montar a caballo como cada
mañana.
Se relajó al saber que los vería a todos en el almuerzo y
sintió una bocanada de entusiasmo cuando escuchó que iba a montar a caballo.
Era su sueño, poder tener caballos y montarlos cada día.
Ya venía de vuelta, no podía creer que aquel castillo que
veía agrandarse por momento que seguía cabalgando fuese suyo, parecía que todo
aquello con lo que siempre había fantaseado con las amigas se había hecho
realidad de la noche a la mañana. Un palacio de cuento, unas cuadras llenas de
los mejores caballos que existían, todos los lujos que pudiese imaginar, todo
lo que pidiese, todo lo que desease lo tenía a su alcance.
Fue a cambiarse la ropa de montar y encontró preparado otro
maravilloso vestido para ponerse, todo le parecía mentira, no podía quitar la
sonrisa de su rostro al contemplar tanto lujo y tantas maravillas.
Sin embargo algo aun le faltaba, no había podido conversar
con nadie conocido, solo había cruzado palabra con la dama de compañía, la cual
se presentó con ese nombre y no consintió ningún otro. Echaba en falta a su
familia y amigos, que impregnaban su día a día con mil historias, problemas y
gritos. Pero en seguida recordó que los vería en unos minutos en el almuerzo.
Cuando bajó ya olía a sus comidas preferidas, todas variadas
pero a la vez servidas en la misma mesa, daba la sensación que me estaban
agasajando por algo especial, sin embargo todo el personal del servicio parecía
hacer aquello cada día, eran movimientos mecánicos y ni un gesto de complicidad
o sorpresa asomaba por sus rostros.
Al llegar a la mesa encontró a parte de su familia, un par
de tíos, su abuelo y una vecina callada con la que tenía buena relación pero
distante. No entendía aquello, no era su familia más cercana, ninguno de ellos
vivía cerca de ella y la relación con ellos era más bien cordial por lazos de
sangre.
Les saludó muy efusiva, fingiendo la desilusión que había
sentido, pero pronto imaginó que se encontraría el resto en otra estancia y le
darían la sorpresa en cualquier momento, sin embargo el almuerzo comenzó y no
se vislumbró en ningún momento el menor indicio de que fuese a venir nadie.
Pasaron al té y así fueron sucediendo los demás
acontecimientos que tenían previsto para ese día, nada fuera de lo común en un
cuento de reinas, recepción con gente desconocida y aburrida, paseos por los
jardines, aseo y cambio de vestido, cena, pequeño baile y a dormir.
Todo había surgido cual sueño de cualquier joven, sin
embargo su alma no estaba feliz, al contrario de lo que siempre había creído,
que con esas cosas sería la mujer más dichosa de la tierra.
Al despertar al día siguiente intentó estirarse como la
mañana anterior y cuál fue su sorpresa cuando su brazo chocó con algo, era su
hermano pequeño que había invadido su cama, abrió los ojos con sorpresa y
escrutó rápidamente la estancia, era su cuarto de siempre, miró rápida al
pequeño y allí estaba con su cara angelical que engañaba a todo el que no lo
conociese ya que era muy travieso. Buscó el balcón con vistas paradisiacas y
solo encontró la pequeña ventana de siempre que daba al patio interior por
donde salían los olores de las cocinas de sus vecinas. Reaccionó como nunca
había imaginado, salió corriendo de su habitación en busca del resto de sus
hermanos y hermanas y todos estaban dormidos, los besó uno a uno haciéndolos despertar
y soltar algún que otro improperio, corrió también a buscar a sus padres a los
cuales besó con gran ímpetu y volvió a su dormitorio a vestirse mientras
lanzaba besos a su pequeño hermano que luchaba por escapar de esos efusivos
gestos de cariño.
La joven enseguida comprendió la realidad de las palabras
que Calderón puso en boca de Segismundo cuando dijo:
¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿Qué es la vida? Una ilusión,
Una sombra, una ficción
Y el mayor bien es pequeño
Que toda la vida es sueño
Y los sueños, sueños son.