Tenía el sueño de un camino, las alforjas llenas esperando
que amainase el temporal, un rayo de sol era la única señal que necesitaba para
zarpar.
Día tras día se fraguaban mil historias que emprender, mil
paisajes que ver, mil amigos que conocer, pero el día se retrasaba, siempre
ayer era aún día lejano.
La maleta preparada, siempre alerta, oteando el horizonte
entre las nubes esperando la señal hasta
que el cielo, una mañana tranquila, decidió guiñarle el ojo y empezar a
señalarlo con los primeros rayos del día.
Sin más preámbulos ni miramientos se tiró al mar, como tanto
había previsto, como siempre había esperado.
Pero nada más tocar la orilla comenzó a empaparse - ¿Cómo,
no era un barco?, Siempre me explicaron que era así-, poco tiempo más le dio hasta
hundirse entero y desaparecer disuelto en ese mar tan deseado.
Puede un barco navegar siempre que no sea de papel.