miércoles, 6 de noviembre de 2013

Érase una vez un nuevo día

Érase una vez un nuevo día, érase una vez una mañana de fragancia enrarecida, de perfil de contrabando, de distancias callejeras, érase una vez un nuevo retrato.
En el fragor de la batalla, en la constante lucha y el itinerante consuelo, un remanso de paz cruza la esquina, se sienta a nuestro lado y nos hace conscientes del revuelo que provoca el rebufo de una sociedad inerte, sin fin y sin sentido.
Nos obliga a sentarnos, a contemplar, a descansar y a tomar buena nota de los errores cometidos, frutos de la ignorancia y de las malas enseñanzas.
Frenamos aquí, bajamos de la trepidante espiral de nuestra vida que nos empuja como un tornado creado por nosotros mismos y del cual perdimos hace años el control, bajamos del toro desbocado justo a tiempo de estrellarnos, antes del estruendo final anticipado, antes del temido naufragio.

Sabía que no me fallarías, sabía que en dos, tres o cuatro días tu bella cara y alegría crecería en intensidad y que después de la parada, del mirar desconsolada y de otra oportunidad, tu luz volvería a brillar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario