Luces, faros y tinieblas envolvían un temporal de lluvia que
era escupido por un viento ensordecedor, los árboles crujiendo presagian una
muerte prematura.
Salió sólo por el bosque, todas las señales le marcaban para
que permaneciese en casa, nada bueno podía suceder. Durante el camino fue
interrumpido por animales en actitudes violentas, aves desorientadas graznaban
mientras deambulaban entre los árboles, serpientes reptaban entre sus pies
incitando al sobresalto y al pánico.
De repente un árbol se precipitó ante sus pies, acompañado
de un terrorífico estruendo, todo pareció cobrar vida, pero una vida un tanto
siniestra, vidas que en esos momentos no respiraban, no pensaban, sólo huían
buscando sobrevivir a aquel momento.
Esquivando todo lo que a su paso le indicaba que se volviese
a casa por fin llegó al acantilado. Las olas del mar golpeando con fuerza
contra las rocas eran la sonata final a una historia que se intuía trágica.
Este chico eligió finalmente una roca, la más cercana al
precipicio y allí se sentó, respiró profundamente y, mientras contemplaba la
luna llena iluminando todo ese paisaje aterrador, sonrió, todo le parecía
maravilloso, la naturaleza en estado puro, no debía temer nada de lo que al
parecer debía, la lluvia sólo moja, el viento sólo empuja, los animales son los
mismos que durante el día pero buscando resguardarse para evitar el agua, los árboles
siguen acompañando los caminos y cerrando los bosques sólo que siendo limpiados
y zarandeados por el viento. El ambiente místico da protección a los que creen,
y siempre protegen de los vivos, sí, de esos no debe haber por aquí ninguno.
Son tan tontos que temen la soledad, cuando son las personas las que te dañan y
la vida la única que mata.
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