viernes, 20 de septiembre de 2013

El río de la vida

Por el sendero todo parecía tranquilo, el agua del riachuelo corría como lágrimas de felicidad por los surcos de su vida, la pureza del entorno, los animales, la vegetación, hasta el mismo aire que soplaba sinuoso como susurrando palabras de consuelo y meditación.
De pronto llegó a una zona más árida, el viento soplaba con más fuerza, los animales tornaron los movimientos con más brusquedad, las flores ya no coloreaban el horizonte, el río yacía seco. Arribó a un claro y vislumbró en la llanura unas murallas de madera, la civilización estaba cerca.
Todo pasó, nada permanece, la vida es un fino río de aguas gélidas en partes más caudaloso, en otras más escaso, se intenta llevar consigo trozos de todo lo que consiga tocar en su camino para finalmente desembocar en un triste mar en el que ya no hay ríos, ni caudales, ni afluentes, ni riachuelos, todo es uno, no existe el individual, no existe el uno, sólo está el todo, la inmensidad, el conjunto, el océano. Con un sabor diferente.

Un río es de sabor dulce, sin embargo por todo lo que va llevándose en el camino al llegar al mar se vuelve salado, la vida es ése río dulce que te acabará llevando a un mar en el que te transformarás en lo que hayas adquirido por el cauce de tu vida. 

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