Se
levantó una mañana y se miró en el espejo, los incipientes vellos en su
rostro anunciaban lo que su edad ya venía anotando, se hacía mayor, pero
¿qué significaba eso? ¿Era sólo un mero cronógrafo de la vida?
¿Presagiaba que la fecha de caducidad se iba acercando lentamente? Ese
niño que comenzaba a lucir los signos de la adolescencia no imaginaba en
qué consistía todo eso en realidad, no era poder
salir de noche, ir de fiestas, ligar con niñas y jugar a lo que la
ficción les contaba que era ser “mayor”. Esto era el comienzo de la
etapa más larga de su vida, ni la peor, ni la mejor, ni la más bonita,
simplemente la más larga, los que tienen suerte.
Esta etapa consiste
en responsabilidad, apariencia, obligaciones, alienación y monotonía,
hay que ingeniárselas para escapar de ello y ser una persona con más
edad pero conservar el alma de un niño.
Un niño es un alma pura, es
la inocencia, la alegría, la sinceridad, no importa el qué dirán ni el
cómo, cuándo ni por qué, sólo existe la felicidad, el afán de pasarlo
bien, de reírse, es la expresión “qué aburridos son los mayores”, hay
que conservar la mentalidad que nos hace razonar esa bendita frase, es
necesario preservar las ilusiones, aunque sean descabelladas, las
locuras de niños son la felicidad del adulto, hay que creer en lo
increíble y confiar en lo que no vemos. Si algo puede ser ¿por qué no lo
será?
Aunque vengan caudales de obligaciones, conviértelos en
diversiones, si vienen preocupaciones, vívelas como una aventura, si
vienen tragedias, tranquilo, en el final del cuento siempre ganan los
buenos.
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