domingo, 2 de junio de 2013

Madurez

Se levantó una mañana y se miró en el espejo, los incipientes vellos en su rostro anunciaban lo que su edad ya venía anotando, se hacía mayor, pero ¿qué significaba eso? ¿Era sólo un mero cronógrafo de la vida? ¿Presagiaba que la fecha de caducidad se iba acercando lentamente? Ese niño que comenzaba a lucir los signos de la adolescencia no imaginaba en qué consistía todo eso en realidad, no era poder salir de noche, ir de fiestas, ligar con niñas y jugar a lo que la ficción les contaba que era ser “mayor”. Esto era el comienzo de la etapa más larga de su vida, ni la peor, ni la mejor, ni la más bonita, simplemente la más larga, los que tienen suerte.
Esta etapa consiste en responsabilidad, apariencia, obligaciones, alienación y monotonía, hay que ingeniárselas para escapar de ello y ser una persona con más edad pero conservar el alma de un niño.
Un niño es un alma pura, es la inocencia, la alegría, la sinceridad, no importa el qué dirán ni el cómo, cuándo ni por qué, sólo existe la felicidad, el afán de pasarlo bien, de reírse, es la expresión “qué aburridos son los mayores”, hay que conservar la mentalidad que nos hace razonar esa bendita frase, es necesario preservar las ilusiones, aunque sean descabelladas, las locuras de niños son la felicidad del adulto, hay que creer en lo increíble y confiar en lo que no vemos. Si algo puede ser ¿por qué no lo será?
Aunque vengan caudales de obligaciones, conviértelos en diversiones, si vienen preocupaciones, vívelas como una aventura, si vienen tragedias, tranquilo, en el final del cuento siempre ganan los buenos.

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