Lo
abrazó, sentía los tímidos latidos en su cuerpo, un aura rodeaba ese instante,
nada podía despertarlos de ese momento tan íntimo. Deseaban que nunca acabara,
que esa dependencia por uno y esa protección por otra siempre permaneciese como
custodio de un amor eterno. Pasaron los años y ese amor continuó, pero los
roles fueron cambiando, ya no era protección-dependencia, ahora la relación se
basaba en una protección mutua. Ella lo protegía y él a ella, ese amor era el
mismo que el del primer día, esa sensación de pertenecer al otro, de ser parte
viva del contrario, de ser dos partes del mismo ser. El respeto entre ambos
aumentaba ese amor en admiración, el verse reflejado, el notar el calado de sus
formas, el sentir el orgullo por su persona. Todo mejora, nunca hay
decepciones. La protección sobre ella aumenta, sobre él siempre alerta, un
cachorro siempre lo será a ojos de una madre. La madre siempre será protectora,
confidente, defensora. El hijo será aprendiz, rebelde y protector,
metamorfoseando con los años de un modo un tanto Kafkiano queriendo ser
protector pero también ser protegido. La madre, seguirá custodiando aun cuando
necesite protección, nunca baja la guardia, el lobo siempre huye, la madre
vence.
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